domingo, 25 de abril de 2010

La valija encantada

Recuerdo cuando mis padres después de una larga discusión, decidieron que nos fuéramos a vivir con mis abuelos. Yo no entendía la razón de la mudanza, pero era tan feliz que no me importaba, no ver más a mis amigos.

A papá nunca llegó a gustarle la casa. Vivía rezongando, decía que le llevaba una hora en el auto llegar al diario donde trabajaba. Mamá tampoco estaba muy cómoda, la escuela donde impartía clases le quedaba un poco lejos.

Yo sin embargo, estaba encantada. Era una casa grande, con una puerta cancel de vidrios trabajados a mano, con grandes patios, uno techado con una enorme claraboya de vitraux que unía los dormitorios y los baños, otro donde el parral era el rey, con un fondo donde convivían manzanos, perales, y mandarinos.

Pero lo más fascinante, era el misterio que encerraba la pequeña valija de color marrón, que se hallaba sobre el ropero del dormitorio de mis abuelos. María la muchacha que hacía la limpieza, la aseaba con sumo cuidado, mamá le recordaba, no olvidara colocarla siempre en la misma posición.

Tras varios años de intriga, una tarde de verano cuando la casa entraba en forzoso letargo, ya que todos nos veíamos obligados a dormir la siesta, mamá daba un respiro a un año de larga labor, la abuela descansaba bajo la sombra tupida del parral del fondo, y el abuelo se iba con papá a recorrer la granja, esta intrépida e inquieta niña a la que todos creían durmiendo, se encontró armando una escalera con una silla y un taburete y con mucho trabajo bajó la valija, pero halló que estaba cerrada con un candado.

¿Qué hacer ahora? ¿Cómo abrirla, dónde estaba la llave?.

Fui directamente a la cómoda de la abuela, y mi dirigí al primer cajón.

Había allí una caja donde se guardaban las cosas importantes, pero no hallé a la famosa llave.

Así que nuevamente con mucho cuidado puse la valija en su lugar, guardé la silla, el taburete y desde ese día dejé de preocuparme por la valija.

Pasaron los años, crecí dejando atrás las intrigas y los juegos de la niñez. Un día mamá abrió la caja forrada de terciopelo rojo y con gran asombro sacó una pequeña llave, que abría lo que busqué durante mucho tiempo. Sonriendo me dijo: “Ahora te toca a ti cuidar siempre el destino de la familia. En esta pequeña valija se encuentran encerrados los sueños y esperanzas, sólo la puedes abrir en el momento en que el amor golpee tu corazón”.

El día que me casé abrí la valija y en ella sólo había un corazón tejido en crochet, pero una potente e intensa luz me envolvió, y de inmediato comprendí que fue el regalo más hermoso que pudieron brindarme. Lo guardé con mucho cuidado y a partir de ese día la valija siguió sobre el placard de mi dormitorio, despertando la intriga de mis hijos.

1 comentario: